Formando parte de algo mayor
- J. D. Amador Maldonado
- 4 ene 2015
- 6 Min. de lectura
Nuestra pertenencia a Cristo es algo que debemos tener claro cuando nos convertimos a él. Pues en realidad muchos vienen a Cristo solo por la salvación con la misma actitud con que una persona va a recoger una despensa de un candidato.
Venir a Cristo es mucho más que solo pasar a recoger un pase a la vida eterna, o que afiliarnos a una nueva religión. Y es necesario tener claro lo que implica ser cristiano, pues de otro modo no podremos crecer y alcanzar el verdadero deseo de Dios.
Hay una serie de eventos que hemos de establecer de una manera sencilla y en términos sencillos, para describir la vida cristiana: Dios obra en nosotros para reconocer que somos pecadores, y entender nuestra necesidad de un salvador. Al reconocer nuestra situación aceptamos la necesidad de Cristo como el único que puede darnos salvación y vida eterna. Entonces nacemos de nuevo, y llegamos a tener relación con Dios y con su familia.
Esta situación a la que llegamos es lo que nos hace ser parte de algo que no se da en ninguna religión, es algo que no es comprensible para los no creyentes, por el hecho de que no es una relación meramente afectiva.
Esta relación con Dios y sus hijos se da del mismo modo en que llegamos a tener parte en una familia en la carne cuando nacemos, y de ese modo adquirimos relación con padres, abuelos, tíos, hermanos, etc. Esto lo podríamos expresar de una manera más clara diciendo “ser hijos de Dios y hermanos de sus hijos es lo más natural para el que ha nacido de nuevo.”
Pero vayamos por partes. Al nacer de nuevo, somos hechos hijos de Dios (Jn. 1:12-13), esto es resultado de creer que Jesús es el Cristo (1 Jn. 5:1). Así adquirimos relación con Dios. Por lo tanto es esta relación con Dios la que determinará el rumbo de nuestra vida por el resto de nuestros días aquí en la tierra y en la eternidad.
Mal haríamos en menospreciar esta relación tan trascendente y tan vital para nosotros, relegándola a un mero sentido religioso de cumplir con actividades y con requisitos, y no como Dios mismo lo ordena en su Palabra: Amándole con todo el corazón con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas.
Pero este mandamiento no es mero capricho de parte de Dios, no es que en su corazón esté el enviarnos males en venganza por no amarlo como él lo desea. Y es que al ir conociendo a Dios nos vamos dando cuenta de que cada mandamiento de parte suya es dado con el fin de darnos vida o preservarla.
Aquí es vital remarcar el hecho de que la mayoría de los conflictos que vive el creyente se deben precisamente a su falta de cumplimiento de este mandamiento. Mandamiento que no está por demás recordar que resume toda la ley y los profetas, junto con el amar al prójimo.
El motivo por el cual Moisés repitió varias veces esto en su mensaje final al pueblo de Israel, el cual abarca prácticamente todo el libro de Deuteronomio, era para que ellos tuvieran una vida próspera y larga. Pues de este modo Dios les guardaría de verse involucrados con dioses falsos.
Y cuando el apóstol Pablo explica el propósito de la ley en la carta a los romanos, enseña que todos los mandamientos de Dios tenían el propósito de manifestar a los israelitas su pecado y su necesidad de ser salvos. Así leemos lo que Dios les dice:
Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos? Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.
Deuteronomio 30:11-14
Esto lo explica el apóstol Pablo diciendo:
Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.
Romanos 10:8-10
Si bien los mandamientos estaban dados para ser obedecidos, a través del esfuerzo por cumplirlos el pueblo debía darse cuenta de su necesidad de establecer una verdadera relación con el Dios de los mandamientos, basada en la fe en su corazón y la confesión en su boca.
Así que cuando venimos a Cristo, nos encontramos ante una realidad imponente: No somos capaces de vivir la vida cristiana por nosotros mismos. La única forma de vivir la vida cristiana, agradable a Dios, es mediante una verdadera relación con él.
Hoy en día hay un grupo de predicadores famosos que han ido formando una “teología del mérito” (ellos no la llaman así, el nombre es de mi cuño). A través de sus enseñanzas engañan a los cristianos haciéndoles creer que ellos deben vivir una vida cristiana “victoriosa” a través de sus propios esfuerzos. Sembrar dinero, ayunos, alabanzas, danzas, largos periodos de oración, etc. son los méritos a los cuales Dios no tendrá otra opción que responder coronando los esfuerzos personales. Tal enseñanza no dista mucho de la enseñanza romana de flagelaciones, rezos, obras, etc., privilegiando el esfuerzo humano, dejando de lado la gracia de Dios.
Sin embargo, la enseñanza bíblica es precisamente la gracia de Dios, gracia en la cual debemos crecer (2 Pedro 3:18). ¿Y cómo se puede crecer en la gracia si esta no se recibe en respuesta a nuestro mérito? La respuesta es sencilla, crecer en la gracia es aprender a depender cada día más de Dios.
Y a esta gracia debe agregarse un mayor conocimiento de Cristo, pues conocer es lo mismo que relacionarse. Y esta relación no puede venir de otra forma, más que conociendo y poniendo en práctica lo que Dios nos manda en su Palabra.
(Es interesante que la mencionada corriente actual del mérito también ataca el conocimiento “no trates de entenderlo” es una frase común).
El apóstol Juan aplica esto de una manera muy sencilla en su primera carta: Todos pueden decir que aman a Dios, pero el que dice que lo ama y no ama a los hijos de Dios, está mintiendo. Porque la muestra de que se ama a Dios es amando a sus hijos.
Y es que una de las cosas que parece más difícil para todo cristiano es el amar a otros cristianos. La realidad es que una gran cantidad de cristianos tienen problemas constantes con otros cristianos.
Esto se debe a que todos estamos en formación, y muchas veces se nos olvida que fuimos salvos del pecado por el mérito único de Cristo y no por mérito nuestro ni de nuestros hermanos de quienes siempre esperamos una madurez que apenas están adquiriendo.
Pero el apóstol Pablo pregunta respecto de nuestra salvación ¿Dónde queda pues la jactancia? Entiéndase: ¿Dónde queda lo que podemos presumir? (Romanos 3:27) Y él mismo responde: queda excluida por la ley de la fe, dejando de fuera las obras (o el mérito personal).
¿Qué significa esto? Que ningún cristiano ha sido salvo por mérito propio como para sentirse mejor que los demás (Ef. 2:9). Por lo tanto el aceptar a los demás y amarles, es muestra de que se ha reconocido la necesidad personal de ser perdonado del pecado, y el no ser merecedor de tal perdón, sino haberlo recibido por pura gracia. Lo que está fuera de esto proviene del diablo (1 Juan 3:10).
Así pues, nos encontramos andando la vida cristiana con retos, cargas y dificultades, pero no vamos solos. Estamos siendo capacitados por Dios a través de su Palabra, caminando en su compañía, la cual se revela a través de su Palabra y nunca fuera de ella. Pero además de esto, vamos acompañados de otros hijos de Dios que también batallan y pelean la batalla que les corresponde. Dios nos ha puesto para apoyarlos y ser apoyados por ellos, a fin de que todos juntos lleguemos a la meta. Teniendo como ejemplo a Jesucristo (Fil. 2:1-11, Heb. 12:1-3) a quien debemos conocer cada día más, pues somos miembros de su cuerpo junto con todos los demás creyentes. Por lo tanto andaremos esta vida, convencidos de nuestra pertenencia al Cuerpo de Cristo.
Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros.
Romanos 12:4-5
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